Donde estés

 

Donde estés

Amor,

Te escribo desde este lugar sin mapa donde la memoria insiste y el deseo aprende a caminar descalzo. No sé dónde estás —si en una ciudad que aún me sueña o en el pliegue secreto de un silencio—, pero sé que existes, y eso basta para que el mundo no se derrumbe del todo.

Te pienso como quien guarda una luz en el bolsillo para cruzar la noche. Hay días en que tu ausencia es un rumor obstinado, un vaso vacío que aún conserva el sabor del agua. Otros, en cambio, tu nombre se vuelve brisa y me empuja hacia adelante, con esa ironía dulce de lo que no se posee y, sin embargo, sostiene.

No te pido regreso ni promesa. El amor, cuando es verdadero, no exige: se queda. Se queda incluso cuando no está. Yo me quedo así, fiel a lo que fue posible, leal a lo que ardió sin permiso. Porque amarte fue aprender a mirar el mundo con una herida luminosa, y esa herida —créeme— también salva.

Donde estés, ojalá el tiempo te trate con delicadeza. Ojalá haya una ventana abierta y alguien que te nombre sin miedo. Yo, aquí, sigo escribiéndote: no para alcanzarte, sino para no perderme.

Con la calma que deja lo irrevocable,
con la ternura que no se rinde,
te pienso.

Rosibel 


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