Carta #8

 Amor mío :


Si acaso ya me olvidaste, no me sorprende. El corazón humano, lo sé por experiencia y por la lectura atenta de los días, es un viajero inquieto: posa sus afectos en una orilla, pero pronto lo atrae otra costa. No me atrevería a reprochártelo, pues sería tanto como reprochar al viento que cambie de dirección o al río que busque siempre la hondura del mar.


No obstante, me queda ésta curiosa inclinación mía —filosófica, si quieres llamarla así— de querer examinar lo que me sucede. Me descubro pensando: ¿qué significa ser olvidado? Tal vez no sea más que la prueba de que alguna vez existí en tu memoria. Y esa sola certeza me basta para sostener mi ánimo. No necesito poseer tu presente si alguna vez fui huésped de tu pasado.


He aprendido que el amor, cuando se le arranca la carne de la presencia, deja todavía el hueso noble del recuerdo. Y aunque tú ya no me nombres, aunque tu boca guarde silencio, tu huella es indeleble en mis pensamientos. No me interesa reclamarte fidelidad —sería ridículo querer gobernar lo que ni siquiera gobierna cada uno en sí mismo—, sino agradecerte el haberme enseñado cuán vasto puede ser un corazón cuando se abre, aunque solo sea por un instante.


Así, si ya me olvidaste, no lo tomes como culpa tuya ni desgracia mía. Al contrario: es el orden natural de las cosas. Yo, por mi parte, seguiré dialogando contigo en mis meditaciones, sin esperar respuesta, pero hallándola en el mero ejercicio de recordar.


Tuya, en ésta tranquila despedida,


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