Gracias

 

Amor mío ,

te escribo con la tinta invisible de las cosas que nunca ocurrieron, con el perfume de un jardín que jamás compartimos. Gracias por no haberme querido, porque tu ausencia fue la grieta por donde entró la luz. Si hubieras extendido tus brazos, quizás me habría adormecido en ellos, perdiendo la mujer que nacía en mí.

Me enseñaste la poesía del vacío: la dulce crueldad de esperar sin que nadie llegue, el vértigo de hablar con mi propio eco, la ardiente soledad que me obligó a inventar universos enteros para no perecer. Y sin proponértelo, me regalaste la libertad: la posibilidad de amarme con la intensidad con la que yo había soñado amarte a ti.

No haber sido tuya me permitió ser mía.
No haber habitado tu deseo me dio una morada más amplia: la de mis propios sueños, la de mis palabras, la de los amantes invisibles que la imaginación me concede.

Te agradezco, entonces, tu rechazo sutil, tu indiferencia callada, porque en ellas aprendí el idioma de lo irreal. En tu no querer, descubrí mi querer desbordado, y en tu negación hallé mi afirmación más honda.

Gracias por no amarme, porque en ese vacío fui capaz de amar lo imposible, lo secreto, lo que nunca será, y aún así, me sostiene como una llama inextinguible.

Tu silencio fue mi iniciación.
Y en él, me descubrí infinita.

— autora Rosibel Artavia



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