Detrás de los árboles de Mirto
Detrás de los árboles de mirto
se estremecía el aire,
como si el tiempo —ese viejo mago caprichoso—
se hubiese detenido a escuchar tu nombre.
Allí estaban los ángeles mirándote,
con esa paciencia hecha de eternidad,
custodiando el temblor primero
que despertó en tus ojos
cuando descubriste que la luz también respira.
Mágica luz divina…
oh, suave latido que deshace las sombras,
¿cómo no rendirse a tu fulgor?
Tu presencia abría pasadizos invisibles,
dejando que cada recuerdo anunciara
la promesa de un mañana más hondo,
más tuyo, más nuestro.
Y yo, que apenas sabía sostener mi propio asombro,
me quedé suspendida
en esa frontera donde la memoria se vuelve deseo,
y el deseo, destino.
Porque desde ese instante —
allí, bajo el rumor de los árboles de mirto
—
supe que toda mi vida
sería el eco interminable
de mirar contigo lo que miran los ángeles.



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