Aprendí

Hubo un instante —mínimo, casi indigno del reloj—
en que comprendí que no volverías a escribir.
No llegó como un golpe, sino como llegan
las verdades profundas:
envueltas en una delicadeza insoportable.

Me descubrí revisando el pasado
con la minuciosidad de quien ordena cartas
que nunca fueron enviadas.
¿En qué gesto exacto, en qué palabra inocente,
se extravió el hilo que nos sostenía?

No fue tu ausencia lo que más dolió,
sino la forma en que el tiempo
continuó obediente,
mientras mi memoria —traicionera—
seguía llamándote.

Comprendí entonces que amar
no es solo desear la presencia del otro,
sino aprender a convivir
con la infinita actividad del recuerdo,
ese lugar donde sigues existiendo
con una claridad que ya no te pertenece.

Así, tu silencio se volvió costumbre,
y yo —sin heroísmo alguno—
aprendí a vivir
con la exacta nostalgia
de quien ha sido olvidada
sin haber dejado de amar.

autora Rosibel Artavia

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