El Abrazo
El abrazo fue un árbol
con raíces en la garganta,
con ramas que buscaban
el nido de la otra ausencia.
No era carne lo que unía,
sino un río subterráneo,
un temblor de granada abierta
bajo la luz de los párpados.
Olía a tierra recién cortada,
a luna entre los cabellos,
a tiempo detenido
en el hueco de las axilas.
Y en el centro, un relámpago quieto:
dos cuerpos que olvidaban
ser dos,
mientras el mundo afuera
se volvía ceniza y viento.
Pero todo abrazo lleva
su despedida creciendo
como la sombra larga
de los cipreses.
Y cuando te solté,
sentí que me arrancaban
la savia más profunda,
la que no sabe nombre
ni dueño.
Ahora duermo con los brazos
cruzados sobre el pecho,
como un puente que guarda
el eco de un río
que ya no pasa.
Rosibel Artavia



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