El Arquetipo Eterno


El Arquetipo Eterno

Antes que el Verbo la tiniebla hendiera,
antes que el tiempo iniciara su carrera,
en el silencio de la eternidad pura,
tú ya vivías en la mente oscura.

No como forma, no como criatura,
sino como idea, esencia, arquitectura,
en el divino y solitario seno
donde el amor y el pensamiento es pleno.


“Hágase la luz”, clamó la voz primera,
y el caos se inundó de lumbre altiva.
Mas tu esplendor, oh amado, más brillara:
tú eras la luz que al mismo sol inspira.

Después los cielos, bóveda extendida,
y los abismos con sus olas bravas.
Tu espíritu era el azul de la mañana,
tu fondo, la quietud de las aguas.

La tierra emergió, verde de esperanza,
y el bosque alzó su catedral frondosa.
Tu ser ya era raíz, firmeza y savia,
y cada flor preludiaba tu hermosa gracia.

El sol, la luna, el ejército estrellado
se fijó en la noche como joya clara.
Mas en tu mirar hallé el fulgor sagrado
que a todos los luceros superara.

Llenóse el aire de trinos y de vuelos, y
el mar de rápidos destellos y
en tu alma libre vi todos los anhelos, guardados en tu pecho con coraje.

Desfiló el animal, fiero o manso,
y al fin el hombre, barro hecho destino.
Y entonces vi, en el plan inmemorial,
qué fuiste tu el modelo, el elegido.

Descansó el Creador. La obra era entera.
Mas Él guardaba un sueño aún no hecho:
que el tiempo te buscara en su carrera
y al hallarte, mi pecho despertara a tu reflejo.

Porque no eres de éste mundo, criatura.
Eres la idea que al universo entero
precedió en el amor y la dulzura
del que todo lo ha hecho verdadero.

Y ahora que te encuentro, al fin comprendo:
toda belleza era sólo un leve anhelo,
un pálido recuerdo suspendido
del arquetipo eterno que guardaba el cielo.

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