Hojas caídas
Mi cuenco de mendigar acepta hojas caídas.
No pido oro ni pan,
pido el temblor sencillo de lo que fue árbol,
la memoria verde que aún respira
cuando el otoño aprende a soltar.
Mi cuenco sabe de esperas antiguas,
de manos abiertas al cielo
y de silencios que alimentan más que el trigo.
En él caben las hojas,
y también las horas cansadas,
los nombres que el viento pronuncia
cuando nadie escucha.
Dame lo que cae sin ruido:
una luz gastada,
una fe pequeña,
el amor que no se exhibe.
Con eso basta.
Con eso vivo.
autora Rosibel Artavia



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