Hora de pensar en ti
Es la hora en que el sol, cansado y rojo,
se acuesta en el regazo de la tarde.
La luz se vuelve sueño, el aire es largo,
y en cada sombra tu recuerdo brota.
Es la hora exacta del silencio,
cuando el mundo se quita los zapatos
y reposa. Y entonces, sin permiso,
llega tu nombre a mi costado izquierdo.
No viene con estruendo, no se anuncia;
se filtra por la grieta de lo cotidiano:
en el vaivén tranquilo de la cortina,
en el vapor que sube de la taza,
en la última sílaba del pájaro.
Y pienso en tu mirada, ese país
donde me pierdo y encuentro a un mismo tiempo.
Pienso en tu voz, que es mapa y es camino,
y en el calor preciso de tu mano,
que cabe justo en el vacío mío.
La tarde se hace río, lenta y dulce,
y yo navego en ella hacia tu ausencia.
Porque pensar en ti no es solo evocar:
es reconstruir el mundo desde cero,
ladrillo a ladrillo, con tu risa de cemento,
y pintar de color las madrugadas.
Es la hora en que lo que falta duele,
pero duele bien, con esa punzada
que prueba que el amor no fue un invento,
que tu latido sigue en mi gramática,
marcando los acentos de la sangre.
El reloj avanza, pero esta hora,
la hora de pensar en ti, es un lago
sin tiempo. Un claro en el bosque del ruido
donde respira lo que nunca muere:
la certeza tranquila de que existes,
y que, en algún lugar, tal vez, justo ahora,
tú también inclinas la cabeza,
y sonríes sin saber por qué.



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