Mi ikebama



El arce, en su vaso de austera porcelana,
inclina una rama de púrpura y oró.
Ya no busca el cielo; su curva liviana
abraza el silencio que el verano perdió.

Es un adiós grácil, es un «quién sabe» mudo,
una línea serena trazada en la paz.
El crisantemo, breve, a su lado desnudo,
es un corazón que late una vez más.

No hay follaje espeso, ni pompa, ni ruido.
La belleza ahora es espacio y quietud:
el vacío claro, por el tallo herido,
se llena de una augusta beatitud.

Así, amado inmóvil, en el jarrón del sueño,
tu recuerdo posa su forma esencial:
no la flor intacta, sino el noble empeño
de una línea pura, frente a lo inmaterial.

El otoño llega, la hoja dorada cae…
¡Mas perdura el arte que supo fijar,
en el gesto único que la fugacidad vence,
la eterna armonía del ser y del estar!

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