Mi ternura
Toda mi ternura
Amor mío:
Hay instantes —como esos que la memoria guarda en frascos de luz— en los que tu recuerdo regresa sin anunciarse, y basta una mínima señal del mundo (una sombra en la pared, el aroma tibio de la tarde, el rumor de una palabra no dicha) para que todo lo vivido contigo se despierte con una delicadeza casi religiosa. Entonces comprendo que la ternura no es un gesto: es un tiempo que insiste.
Te escribo desde ese territorio donde el pasado no duele, sino que se vuelve comprensión. Allí, cada latido que compartimos se alarga como una frase que no quiere terminar, y cada silencio tuyo adquiere el espesor de lo amado. He aprendido que amar no es retener, sino custodiar; no es exigir presencia, sino honrar la huella.
Si alguna vez te preguntas dónde estoy cuando no me ves, sabrás la respuesta: estoy en el pliegue más suave de tu memoria, cuidando lo que fue, sin prisa, sin reproche. Mi ternura no reclama futuro ni pasado; se ofrece entera en este presente frágil, como una promesa que no necesita ser pronunciada para cumplirse.
Te llevo conmigo con la serenidad de quien ha entendido que lo esencial no se pierde. Porque aquello que fue verdadero se queda —callado, profundo— respirando en nosotros.
Con toda mi ternura,
Rosibel Artavia



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