Nunca más
Ahora sólo queda la costumbre de la herida,
el aprendizaje lento de vivir en la orilla
de un mar que nunca más traerá tu barco.
Así es la desesperanza:
un saber tranquilo y amargo,
como la sal en los labios
después de llorar un océano entero.
Ya no lloro.
Sólo miro el reloj y acepto
que cada tic tac es un "nunca" más.



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