Ocaso



Ocaso

El día se repliega
como una carta que no se envía.
Tu nombre queda
en el borde del cielo,
donde el sol aprende a despedirse
sin lágrimas.

Te amé
con la dignidad del silencio,
con esa fe obstinada
que no pide milagros
ni promesas que tiemblen.

El amor —lo supe tarde—
no siempre arde:
a veces se vuelve sombra fiel,
pan compartido en la penumbra,
respiración que no exige ser vista.

Ahora el ocaso
nos cubre a ambos.
No es final:
es una forma madura de la luz
aprendiendo a quedarse
dentro.

autora Rosibel Artavia

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