Pensar en ti


Pensar en ti

A el más inalcanzable de los destinatarios,

Esta carta, si es que llega a tus manos, lo hará después de innumerables demoras y desvíos. Me pregunto, ¿tiene sentido enviar un mensaje desde una galería de espejos? Escribo, sin embargo, porque pensar en ti se ha convertido en un departamento de mi propia burocracia interior, un asunto pendiente que paraliza todos los demás trámites de la existencia.

Pensar en ti no es un acto de voluntad, sino una condición de la oficina. Llego por la mañana a mi conciencia y allí está, ya sobre el escritorio, el expediente inabarcable de tu recuerdo. Contiene actas de instantes mínimos: la forma en que tu sombra se adelantaba a tu cuerpo al entrar en una habitación, el sonido de un vaso que colocabas sobre la mesa, una frase tuya cuyas cláusulas he rehecho mil veces sin alcanzar jamás el significado definitivo. Es un archivo que crece en la oscuridad, que ocupa pasillos enteros de mi pensamiento y contra el cual cualquier apelación es inútil.

Te confieso que he intentado presentar una solicitud de desalojo, de olvido. He llenado formularios en triplicado, he hecho cola durante horas en las ventanillas de la razón, he aportado certificados de conveniencia y de sanidad mental. Siempre, al final del día, un funcionario interno con mi propia cara me devuelve los papeles con un sello que dice: **“Denegado. Motivo: Insuficiencia de pruebas en contra.”** Y es que, aunque nunca recibí el decreto oficial de tu amor, tampoco he obtenido la notificación final de tu rechazo. Vivo, así, en el interminable estado de la espera interpretativa, analizando cada silencio tuyo como si fuera un texto sagrado y críptico.

Amar, quizá, sea esto: ser un guardián nocturno de un edificio que nunca se inaugura. Barro los pasillos de tu ausencia, enciendo las luces de los recuerdos en habitaciones vacías, y vigilo una puerta que, tal vez, ni siquiera da a tu mundo, sino a otro pasillo idéntico. Y sin embargo, esta vigilancia absurda es la única tarea que me han asignado con un sentido que, aunque incomprensible, siento irrevocable.

No espero una respuesta. Saber que esta declaración ha entrado en el laberinto postal de lo posible, que quizá roce el borde de tu atención, es ya una audacia desmesurada. Un amor que ya no aspira a la consumación, sino a la existencia del proceso. A que el caso permanezca abierto.

Atada a al procedimiento de pensar en ti,

Quien vigila la puerta que tal vez no lleva a ninguna parte.

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