Un claro rincón del pensamiento


En un claro rincón del pensamiento,
donde el tiempo no es un río, sino un surco,
he colocado una mesa pequeña,
y en ella, dos tazas vacías.

La luz que llega no es de lámpara ni astro,
es ese brillo callado de la palabra no dicha,
el calor de una presencia que se adivina
cuando la niebla del hastío se disipa.

Ahí, en ese claro rincón,
no hay retratos ni promesas grabadas.
Solo el gesto de tu mano al alcance de la mía,
el hueco exacto que deja tu cuerpo al levantarte,
y el eco de una pregunta
que flota como aroma de tierra mojada
después de una larga sequía.

Amor no es la tormenta que desgarra las ramas,
sí este claro rincón.
Este espacio despejado y humilde
donde la memoria, en vez de atesorar,
pule un solo instante hasta hacerlo espejo:
en él, ya no miro mi rostro,
sigo el rastro de luz que dejaste al pasar.

Y es suficiente.
Esta geometría simple de lo cierto:
un rincón, una mesa, el hueco de una taza.
Y la certidumbre tranquila
de que ese claro existe
porque tú, alguna vez,
abriste la ventana.

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